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Otra Forma De Mirar
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Cuaderno de viaje

may
25

Otra Forma De Mirar

Se ha detenido el tiempo de las reuniones y los encuentros, cuando reunirse brindaba un escenario donde surgían conversaciones y búsquedas conjuntas que podían acercarnos a comprensiones y conclusiones interesantes sobre la vida y sus procesos.

Ahora que el modelo grupal se ha disuelto, las voces que llegan a través de los medios se fortalecen y con su tendencia propagandística tienden a administrar una verdad que no nos sirve a todas. Se pone el foco en una entidad inerte llamada virus, considerando que es el causante del caos y el dolor reinante. Y en base a ese enfoque diseñamos un sinfín de medidas con el fin de erradicarlo de nuestras vidas. Olvidándonos de  que somos virus y bacterias y estamos constituidos por 10 veces más bacterias que células y entre 5 y 25 millones más virus que bacterias en estrecha relación simbiótica  con nuestras células: somos seres Simbiontes. Los virus  forman parte estructural de nuestros genes, dan origen a los tejidos embrionarios y a muchos procesos enzimáticos. Y están por doquier, por litro de agua marina hay más de 10.000 millones de virus y en la superficie de la tierra también habitan cifras astronómicas, manteniendo a raya a las bacterias en nuestro organismo y en el resto de hábitats. Si el virus es un regulador de las bacterias, criaturas que viven en simbiosis con las células y que posibilitan la vida, por qué ahora tendría que desempeñar una función diferente en relación a los humanos. Por qué no trascendemos la visión de enemigo encarnada por el virus, para avizorar por qué se replica en los cuerpos que lo hospedan, entendiendo su sentido dentro de la biología. La Nueva Medicina Germánica encabezada por el doctor Hamer, nos dio evidencias de que el organismo cuando está sometido a una situación emocional estresante que no pudimos anticipar, él mismo toma una solución biológica llamada enfermedad con la que trata de regular y restablecer, nuevamente, el orden perdido. Para esta medicina la aparición de los patógenos es el colofón, el capítulo final de un período de enfermedad en que la inteligencia celular toma las riendas; donde ya existe enfermedad, tejidos acidificados, las bacterias y los virus encuentran un medio adecuado para reproducirse y replicarse, respectivamente. Los gérmenes son la consecuencia no la causa de la enfermedad. Más allá del discurso  científico dominante está el discurso “herético”, el de quienes difieren de la voz oficial, estas voces le conceden la importancia al Terreno, no al microorganismo, quien encontrará la posibilidad de hospedarse y proliferar si el Terreno es óptimo; lo cual requiere un sistema inmune debilitado. Entonces, si en lugar de mirar al virus, mirásemos los miles de sistemas inmunes que se han mostrado  vulnerables ante la presencia del virus, podríamos pensar en las condiciones extremas que los debilitan: aditivos químicos en la alimentación, químicos en la cosmética y en los productos de limpieza, sobrecarga de químicos llamada medicación, cargas electromagnéticas en la vida cotidiana, estrés diario para alcanzar los objetivos diarios (o sea, una química endógena envenenadora), analfabetismo emocional y ahora incertidumbre y mucho miedo. Sé que este proceso vital es una prueba de fuego para todas las vidas, allá donde estemos, en primera, tercera o cuarta fila. A todos nos pone frente a nosotros y nos activa el miedo a la muerte, temer por los seres queridos y temer por la propia vida, así como tener que digerir un escenario de muertes que resulta esperpéntico y que sólo recuerdo de los relatos de la literatura fantástica.

Hoy, en este bello día nublado en que la bruma cubre las montañas y todo parece en su sitio, me pregunto cuanto ha debilitado el miedo, sincronizado en millones de personas, los sistemas inmunes. Ojalá las ciencias del alma hubiera desarrollado el  Miedómetro con el fin de poder ver la incidencia del miedo en los contagiados y la correlativa caída de los sistemas inmunes.

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may
4

Los hábitos mentales entre cuatro paredes

Las cuatro paredes que ha traído el confinamiento nos han situado frente a nuestros hábitos mentales. Esas paredes, aparentemente, carentes de conciencia han sido un detonador

Antes, cuando el movimiento era una posibilidad, los hábitos no tenían una frontera que los volviera visibles, a la manera en que un revelador fotográfico le da forma a la luz que impresionó el papel (a través del diafragma de la cámara). Los hábitos nos permiten vivir desde la fórmula y nos posibilitan respuesta eficaces y rápidas porque están ligados a lo instintivo, sin embargo nos alejan de lo que somos y nos afirman en lo que creemos o deberíamos ser. El hábito es supervivencia, repetición , patrón, más de lo mismo, en definitiva ausencia de creatividad, de asombro, de sorpresa y de aprendizaje vital. Honro al hábito porque surgió como respuesta adaptativa a aquella situación de miedo que la niña no podía afrontar más que emprendiendo la fuga por el pasillo de su casa, para alejarse de la violencia verbal de aquel hombre adulto que se habituó, a su vez, a unos patrones que le habían legado y, nunca miró con lupa, los aceptó incondicionalmente. Esa respuesta de huída ocurrió en aquel lugar y en aquel tiempo y siguió repitiéndose, entre una niña y un adulto, para acabar instalándose  como respuesta adaptativa o  hábito. Claro que los escenarios cambiaron, dejó de ser el pasillo de aquella casa y los adultos fueron otros, sin embargo la niña no renovó su respuesta ante hechos iguales o similares. Por repetición aquel hábito mudó en cárcel y devino barrotes, detrás de los cuales estoy encarcelada. Soy consciente de cocerme en mis propios hábitos, en esas respuestas habituales que censuran la posibilidad de responder desde otro espacio psíquico que no sea el del miedo ante ciertos estímulos. En el cambiante escenario de la vida, van apareciendo esas cuatro paredes invisibles que restringen la libre circulación del hábito; en este momento de confinamiento las cuatro paredes son de una contundencia oceánica y, pareciendo obstáculos, son membranas permeables por las que crecer, quitar el velo y desnudar al hábito para ver qué porción de posibilidades de vida nos está censurando/robando. Son días en que hay miedo y es natural como respuesta instintiva a preservar la vida, pero además hay propagada que difunde miedo. Quizás sea el momento, aprovechando que las cuatro paredes pueden devolvernos una imagen clara y nítida del hábito encarcelador, que hay otra respuesta a las situaciones que es novedosa y presencial y no aprendida. El miedo lo conocemos, reduce y angustia, la conciencia abre espacios y libera. Saber no es suficiente, aunque es el primer paso. Atender los pensamientos y las emociones por medio de técnicas de meditación, pone en nuestras manos poderosas herramientas y experiencias que constatan que el miedo es una infinitésima fracción de respuesta ante cualquier evento, existen posibilidades mucho más ricas y sustanciosas. Elijamos, entonces, un campo visual amplio, hecho de agregar fracciones de conciencia frente a una estrecha ranura que por su delgadez distorsiona la percepción de la realidad.

+
abr
27

En la naturaleza, los uniformes no existen.

Es evidente, en este contexto de incertidumbre psicológica, que la vacuna obligatoria está esperando a la vuelta de la esquina y que las calles son el territorio exclusivo de quienes visten uniformes

Es evidente, en este contexto de incertidumbre psicológica, que la vacuna obligatoria está esperando a la vuelta de la esquina y que las calles son el territorio exclusivo de quienes visten uniformes. Estas personas son las únicas que conservan la libre circulación para garantizar que las calles permanezcan desiertas, que nos contraigamos al territorio del hogar para, de esa forma, dejar de actuar como el portador que contagia o como el receptor que se infecta, que devendrá un nuevo portador. Ciudades ocupadas por seres uniformados que hasta hace poco eran vecinos de barrio, seres cercanos y afables y que con el decreto del estado de alarma se han vuelto un símbolo, un concepto ajeno, en definitiva, los otros. Hacen valer el impedir la libre circulación, son el instrumento del poder, entonces la percepción los coloca en el lugar de lo ajeno, aquello que no somos nosotros, ni nos pertenecen ni les pertenecemos. El uniforme tiene el poder de aislar, agrupar y diferenciar y de asignar unas característica muy específicas. En mi infancia fui una niña de uniforme, el colegio de monjas tenía como requisito diferenciador el uniforme. Debajo de un pichi gris llevábamos una sobria camisa blanca y, encima, una espartana rebeca marrón. Los calcetines marrones y altos. Por suerte el pichi tenía en el peto una pieza superpuesta con 4 botones decorativos que actuaba como un compartimento secreto donde podías meter las manos para calentarlas o guardar algo delgado y fino. Por lo demás, cualquier prenda de superposición para mayor abrigo tenía que ser marrón, siempre con el fin de pasar desapercibidas, de no brillar ni ser vistas, niñas eclipsadas por el tedioso marrón. Las monjas elogiaban el uniforme y las ventajas prácticas para las madres al no tener que lavar tanta ropa. Sin embargo, a mi me aplastaba el no poder elegir cada día las prendas y los colores con los que hubiera querido vestirme. El uniforme era como una pátina de negación, de ocultación, de adocenamiento al distinguido rebaño religioso que constituíamos. Cuando acabó el colegio, desprenderme del uniforme fue como colgar la toalla y , por fin, no ir camuflada por la vida y hacer uso del color y la alegría al vestirme. Ahora, con nuestras fuerzas de seguridad desplegadas por la urbe se produce el efecto contrario, los uniformes vuelven rutilantes a quienes los visten, brillan vistos desde los balcones o en la cercanía, encarnan la multa del infractor, la voluntad del poder, y el dique de contención a la libre circulación. Más allá del sentido común que nos hace replegarnos voluntariamente para evitar el contagio, ellos activan, al ser los únicos moradores de las calles, el miedo arquetípico al vernos enjaulas en nuestras propias casas

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sep
16

Qué son vinos naturales?

Estos días hemos tenido como huéspedes a una pareja entrañable que elaboran vinos naturales, Angels y Joan. Juntos crearon Cal Tiques.

La noche de su llegada disfrutaron durante la cena en la terraza de una de sus creaciones que forma parte de nuestra carta. Decían que deleitarse con sus vinos frente a estas montañas, en la quietud de este paisaje, les apetecía mucho. Con el paso de los días fueron revelando las vicisitudes y delicadezas que rondan la elaboración de estos vinos.Detrás del bienamado contenido de esas botellas hay todo un ritual de vida  que comienza con la forma en que tratan la tierra y las viñas. No hay regadío ni aditivos para las vides y si surge algún desequilibrio lo afrontan de la mano de la biodinámica, las visiones analógicas de Rudolf steiner, buscando volver a interrelacionar los elementos y los reinos sin invadirlos ni adulterarlos. Ellos elaboran vinos pero más bien son observadores que interventores de una alquimia que se origina en la tierra y bajo el influjo de la vasta meteorología y del paragüas de radiaciones cósmicas que envuelven la tierra. El momento en que se decide cosechar no lo dictamina el calendario, sino la experiencia humana, cuando al probar el fruto éste brinda una información óptima al paladar, la piel se separa fácilmente de la pulpa y la semilla, al masticarla, no ofrece amargor a las papilas. Se cosecha, entonces, a mano, las múltiples manos de los cosechadores seleccionan los frutos que se prensarán en las cubas, al tiempo de la acción le sigue la belleza de un silencio que es un tiempo de espera. Ahora son los microorganismos, las levaduras adheridas a la piel cerosa de los granos quienes desde el interior inician los procesos de fermentación, mientras, los bodegueros se acercan a las cubas, las escuchan, las acarician… a la espera de ese fragor secreto que iniciarán miles y miles de levaduras consumiendo los azúcares de la uva. Cuando las levaduras acaban su labor entran en juego las bacterias. Cada uno de esos racimos porta consigo microorganismos que fermentarán porque el medio es propicio para que esa explosión de vida acontezca en el interior de una cuba de arcilla. Ellos no incorporan nada, ni un pie de cuba, es decir un sustrato de fermentación ni tampoco azúcares añadidos. No aceleran el proceso, lo acompañan, se maravillan de ver cómo la propia naturaleza transmuta haciendo de la uva un líquido celestial que al ser degustado incorpora en nuestras bocas un microcosmos de sensaciones, desde la presencia de la tierra, el frescor de la fruta, el calor del sol que le permitió crecer y la riqueza mineral de la tierra que la nutrió. 
Por: Isabel Garcia


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