A través del yoga el ser humano puede acceder a espacios interiores, refugios o islas, en los que la experiencia humana sea puramente sensitiva; un espacio para sentir y sólo sentir, aparcando el exceso de racionalidad y las agotadoras espirales de pensamiento. Vivimos sobre la montaña, mirando al valle, en un paisaje que derrocha energía y donde hay momentos mágicos para conectarse con ella. Al amanecer, cuando la energía empieza a moverse, tras la quietud y la regeneración de la noche, es extraordinario respirar y moverse de forma consciente, sintiendo que ese cambio que experimenta la luz, aclarándose de forma progresiva y serena, también se da en el marco del propio cuerpo. Al anochecer, en el tránsito crepuscular, cuando todo lo expandido se va paulatinamente recogiendo en sí mismo, también es otro momento excepcional para practicar. Transiciones de la oscuridad a la luz y de la luz a la oscuridad que se vuelven palpables a través del yoga.
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